TODAVÍA TENGO TU OLOR

Fue en un momento de tertulia, finalizaba el desayuno en Culiacán, Sinaloa. Disfrutábamos en compañía del sacerdote Víctor y una familia maravillosa: Miguel, Alma y Carmen, a quienes les agradezco sinceramente su hospitalidad y amistad, me hicieron sentir en casa.

En la mesa compartí y recordé una anécdota que sucedió hace algunos años mientras caminaba por las calles de San Antonio, Texas, fue algo que cambiaría mi forma de pensar y de ser.

Era una calle muy transitada, observé a un hombre sentado afuera de la catedral, frente a él una andadera para caminar. El aspecto de este hombre no era nada agradable a la vista, barba muy larga, descuidada, ropa sucia y evidentemente días o semanas sin bañarse.

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El sacerdote Saturnino me estaba mostrando los lugares de interés y mientras me explicaba datos y detalles de la catedral St. Marys Catholic Church fundada en 1857 repentinamente aquel vagabundo cayó estrepitosamente al suelo.

Era una avenida congestionada en el corazón de la ciudad, estoy seguro que muchas personas le vieron y siguieron su camino, apenas observaron al hombre que se encontraba tirado, tal vez pesaba más de 90 kilos.

Le pregunté al sacerdote si podíamos ayudarle, lo que menos quería era causar problemas al tratar de auxiliarle. El sacerdote afirmó con la cabeza e inmediatamente después le preguntó: -You need help? (¿Necesita ayuda?)

El hombre en el piso comenzó a “babear” y a balbucear algunas vocales, mi amigo el padre Saturnino y yo nos inclinamos hacia su rostro para escucharle, luego de algunos intentos, logramos comprender: -Help me (Ayúdenme)

Inmediatamente iniciamos una maniobra realmente complicada, mover a aquel hombre no fue nada fácil, intentamos levantarlo sin éxito, varias veces tuve que apoyar mi cuerpo contra el suyo y así tratar de sentarlo.

Después de unos minutos lo logramos y nos retiramos del lugar, así continuamos con nuestra visita por la ciudad, al cabo de un rato, pude percatarme de un olor muy extraño en mis brazos, camisa y pantalón. El olor de aquel hombre se había impregnado en mí.

Era un olor muy desagradable, no pude ocultarlo; comenzó a incomodarme. Sin embargo, desde lo más profundo de mi corazón algo me alertó y estoy seguro que fue el Espíritu quien me hizo reflexionar:

“Me levantaste aunque olía mal, te atreviste a mirarme, aunque mi aspecto no era agradable, intentaste escucharme y me prestaste un poco de atención, te esforzaste animándome a incorporarme ¡Gracias!”    Sinceramente Jesucristo.

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Jesucristo está en el necesitado, en el que huele mal, el que nadie quiere ver, es a quien más debemos ayudar. ¿Por qué seguimos sin entender? ¿Por qué reservamos nuestra ayuda a los que “apestan”?

En ese viaje hubo una hermosa revelación, comprendí la enseñanza y se conmovió mi corazón. Señor Jesús, llévame entonces con mis hermanos que no huelen bien, que están en las calles pidiendo ayuda.

Señor, gracias por mostrarte así, porque TODAVÍA TENGO TU OLOR.

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